Por
Julián Acosta Gómez
La
oscuridad ya había tomado el recinto cuando los murmullos rondaron débiles entre nosotros. Tres figuras
humanas descendían en peregrinación por
el corredor central: “¿Usted lo ha visto?”, dicen. Los murmullos se aclaran
cuanto más se acercan al escenario: “¿Usted lo ha visto?”, era la frase que
liberaban cuando increpaban a uno de los espectadores; y dejando que ellos
miraran el fondo del retrato que resultaba ser un espejo, solo les aguardaba un
“No”
o el silencio.
La
obra presentada en el Teatro Real estuvo a cargo del grupo Cáncer y está
construida como una visión sobre los falsos positivos. El punto de vista parte
del revisionismo histórico y de la micro-historia. La pieza es un llamado a la
memoria. Desde el inicio, la propuesta busca que los espectadores se despojen
de la distancia frente a los hechos violentos vistos en la obra: ellos se ven
en el espejo y no se reconocen así mismos porque el lugar de la víctima está
alejado de las vivencias de quienes no las padecen. El espejo es una crítica metafórica a la
indolencia. La estructura está dada como un espectáculo: una compañía
de payasos atrapan a las víctimas en un montaje hilarante mientras en otro
plano de la estructura los familiares de las víctimas siguen sufriendo y
reconstruyendo los acontecimientos que llevaron a la desaparición de sus seres
queridos. La caracterización de los payasos sugiere una dicotomía, pantalones
militares unidos a indumentarias y maquillajes circenses. Este hecho ahonda en
una verdad que la puesta en escena dice a gritos: los falsos positivos fueron
un montaje, una comedia grotesca que solo divierte a quienes llevan a cuestas
el látigo (a propósito
de los látigos que los payasos del terror llevaban como símbolo de la represión
y el poder).
Uno
de los elementos con mayor fuerza expresiva recae sobre los zapatos
contrapuestos a las botas. Las historias de los tres falsos positivos están
ligadas porque los cadáveres fueron encontrados con botas, cuando el uso de sus
zapatos de alguna compone rasgos personales específicos y las botas no encajan
en la configuración de sus seres. Sumado a ello, el sonido agobiante, casi
aplastante de las botas se intercala en la obra como un tormento para las
presencias fantasmagóricas de las víctimas. Este recurso del fonosimbolísmo
amplia las relaciones de entramado entre los objetos dramáticos que son con
mayor fuerza las botas y el látigo mostrando los dominios del aparataje
militar; y los zapatos, las velas y la guitarra dejando a la vista los despojos
y las heridas abiertas en el pueblo y en los individuos.
El
ambiente frío logrado desde las luces tenues y las velas, desde los cánticos
religiosos que evocan la soledad del
desaparecido, desde el puente que pone en escena la fuerza del río como un
personaje más de la obra (esto adquiere amplia importancia si pensamos el lugar
que ocupan los ríos como medio para desaparecer los cuerpos), todos estos
elementos circulan en una necesidad por mostrar el sufrimiento y es un elemento
que ya se ha insinuado en obras como El Pais de las mujeres hermosas de la Hora 25. No
obstante, vale la pena aclarar que el trabajo artístico enfocado en las
víctimas es de sumo cuidado debido a la tendencia por revictimizar y resaltar
el dolor por encima del resurgimiento de la vida, el teatro con su poder de
transformación social debe pensar ahora en la sonrisa que hay tras el horror.
Obra:
Los Zapatos
Grupo: Cáncer
Municipio Guarne
Autor:
Rubén Darío Bejarano
Dirección:
Julia Aranda
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