Por Andrés Álvarez Arboleda
En un
cuaderno rojo comenzaron a trazarse los bocetos que, poco a poco, se irían
convirtiendo en El Común. Esta obra
de Teatro Farzantes, realizada bajo el método de creación colectiva y dirigida
por Argiro Estrada, es desde su concepción un acto de valentía: primero por el
reto que representa asumir un compromiso estético con la realidad histórica sin
incurrir en los lugares comunes del panfleto; luego, por la dificultad de
abordar dramatúrgicamente, de encontrar en escena, a un personaje ya cargado
simbólicamente como es Camilo Torres.
Teatro
Farzantes no fracasó en el intento y consolidó una trama –si bien la obra no ha
llegado a su plena madurez– que resuelve estos primeros desafíos, e incluso
llega a momentos de alto vuelo teatral, como ocurre en las bien construidas
elipsis que a partir del silencio de una guitarra o en el repentino cambio de
luces del escenario, marcan la tragedia de los personajes. Vale la pena
detenerse en algunos momentos dramáticos.
En el
primer acto, un grupo de campesinos son llamados a tomar partido por un
determinado grupo armado, son intimidados y finalmente acorralados por un cerco
de muerte. Este es el momento más decantado de la obra, en el que los actores
parecen estar más cómodos y plantean mejor los matices de los personajes. Sin
embargo, hay un detalle –solo un detalle– en la dramaturgia que hace menos
creíble lo que está sucediendo: al nombrar los grupos armados con números (el
uno, el dos, el tres) parece evadirse esa conjunción entre ficción y
reconstrucción histórica que ha asumido El
Común.
Terminado
este, y marcando el tránsito hacia el segundo acto, Liceth Zuluaga, la actriz,
aparece en escena con un breve monólogo que reflexiona sobre el proceso creativo
que desembocó en la obra y sobre el encuentro de un Camilo Torres propio que
puede ser rescatado en el mundo del teatro. Hay en este punto una ruptura muy
interesante que permite hablar del teatro dentro del teatro, que recuerda el
momento en que el actor Francisco Martínez, en la obra Camilo del Teatro La Candelaria, hace una declaración parecida. Sin
embargo, la actriz de Farzantes utiliza el recurso escénico –que pudo ser
influenciado por La Candelaria, lo que no está mal– para las necesidades
intrínsecas de la obra, para hacerla objeto de reflexión.
En los
actos posteriores, en los cuales el ritmo decae un poco, el grupo aventura dos
propuestas plásticas arriesgadas. La primera de ellas consiste en la inclusión
de figuras ilustradas a la escena (los animales de la finca, los niños de la
escuela); esta rompe con la coherencia estérica de El Común, hasta ese momento sobria, si se quiere realista, caracterizada
por espacios y personajes ajenos a la truculencia y a excesivos artificios. Una
imagen con más tino fue la de los políticos-aves de carroña, la cual llama
poderosamente la atención por su alusión a una pintura de Débora Arango. Es una
imagen sin duda impactante, algunos espectadores se aterran cuando estos atacan
la patria-carroña: ahí la imagen cumple justamente su objetivo, trasmitir el
desagrado por una clase política corrupta y oportunista.
A casi
un año de su estreno, en el VIII Encuentro de Teatro GATO, aparece El Común como una obra que ha ganado en
tensión dramática: el joven elenco actoral ha logrado una mayor cohesión y
ritmo a la hora de poner en situación a sus personajes, ya no hay actuaciones
disonantes, y los personajes rurales –muchas veces caricaturizados en el
teatro– son encarnados aquí con verosimilitud. Esto hace que el espectador se
mantenga en vilo durante toda la función y llegue a sentir empatía con los
personajes, con el drama que se está desarrollando en escena.
Obra:
El común
Grupo:
Teatro Farzantes
Municipio:
El
Carmen de Viboral
No hay comentarios:
Publicar un comentario