jueves, 21 de diciembre de 2017

EL CUADERNO ROJO


Por Andrés Álvarez Arboleda

En un cuaderno rojo comenzaron a trazarse los bocetos que, poco a poco, se irían convirtiendo en El Común. Esta obra de Teatro Farzantes, realizada bajo el método de creación colectiva y dirigida por Argiro Estrada, es desde su concepción un acto de valentía: primero por el reto que representa asumir un compromiso estético con la realidad histórica sin incurrir en los lugares comunes del panfleto; luego, por la dificultad de abordar dramatúrgicamente, de encontrar en escena, a un personaje ya cargado simbólicamente como es Camilo Torres.
Teatro Farzantes no fracasó en el intento y consolidó una trama –si bien la obra no ha llegado a su plena madurez– que resuelve estos primeros desafíos, e incluso llega a momentos de alto vuelo teatral, como ocurre en las bien construidas elipsis que a partir del silencio de una guitarra o en el repentino cambio de luces del escenario, marcan la tragedia de los personajes. Vale la pena detenerse en algunos momentos dramáticos.
En el primer acto, un grupo de campesinos son llamados a tomar partido por un determinado grupo armado, son intimidados y finalmente acorralados por un cerco de muerte. Este es el momento más decantado de la obra, en el que los actores parecen estar más cómodos y plantean mejor los matices de los personajes. Sin embargo, hay un detalle –solo un detalle– en la dramaturgia que hace menos creíble lo que está sucediendo: al nombrar los grupos armados con números (el uno, el dos, el tres) parece evadirse esa conjunción entre ficción y reconstrucción histórica que ha asumido El Común.
Terminado este, y marcando el tránsito hacia el segundo acto, Liceth Zuluaga, la actriz, aparece en escena con un breve monólogo que reflexiona sobre el proceso creativo que desembocó en la obra y sobre el encuentro de un Camilo Torres propio que puede ser rescatado en el mundo del teatro. Hay en este punto una ruptura muy interesante que permite hablar del teatro dentro del teatro, que recuerda el momento en que el actor Francisco Martínez, en la obra Camilo del Teatro La Candelaria, hace una declaración parecida. Sin embargo, la actriz de Farzantes utiliza el recurso escénico –que pudo ser influenciado por La Candelaria, lo que no está mal– para las necesidades intrínsecas de la obra, para hacerla objeto de reflexión.
En los actos posteriores, en los cuales el ritmo decae un poco, el grupo aventura dos propuestas plásticas arriesgadas. La primera de ellas consiste en la inclusión de figuras ilustradas a la escena (los animales de la finca, los niños de la escuela); esta rompe con la coherencia estérica de El Común, hasta ese momento sobria, si se quiere realista, caracterizada por espacios y personajes ajenos a la truculencia y a excesivos artificios. Una imagen con más tino fue la de los políticos-aves de carroña, la cual llama poderosamente la atención por su alusión a una pintura de Débora Arango. Es una imagen sin duda impactante, algunos espectadores se aterran cuando estos atacan la patria-carroña: ahí la imagen cumple justamente su objetivo, trasmitir el desagrado por una clase política corrupta y oportunista.
A casi un año de su estreno, en el VIII Encuentro de Teatro GATO, aparece El Común como una obra que ha ganado en tensión dramática: el joven elenco actoral ha logrado una mayor cohesión y ritmo a la hora de poner en situación a sus personajes, ya no hay actuaciones disonantes, y los personajes rurales –muchas veces caricaturizados en el teatro– son encarnados aquí con verosimilitud. Esto hace que el espectador se mantenga en vilo durante toda la función y llegue a sentir empatía con los personajes, con el drama que se está desarrollando en escena.

Obra:               El común
Grupo:          Teatro Farzantes

Municipio:    El Carmen de Viboral


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