sábado, 9 de diciembre de 2017

Lunático de teatro Tespys





Por Andrés Álvarez Arboleda

El primero de los ritmos, que apareció cuando el escenario todavía estaba oscuro, fue el de un goteo: desde el inicio la atmósfera estaba servida por los objetos de la escena (la mayoría de los cuales permanecería allí durante toda la función) y por la presencia frenética de los personajes que se perfilaban con más fuerza a medida que el ritmo de la obra aumentaba. Así, con la obra Lunático, Teatro Tespys de El Carmen de Viboral abrió el VIII Encuentro de Teatro Gato, en un espacio que exigía especialmente a actores y espectadores por la contaminación de la luz y de los sonidos exteriores de los que no se aislaba completamente el recinto, y que –sin embargo– fue bien sorteado por la tensión que mantuvo el grupo en la ejecución dramática.

En Lunático, Claudio –un niño campesino que perdió a su chivo Platón mientras miraba la luna– se encuentra a un grupo de locos que han decidido vivir de espaldas a la cordura cotidiana. Estos, para emprender la búsqueda del chivo (expiatorio), fundan en las palabras una república que irá degenerando en una tiranía demencial; esta finalmente tenderá un cerco nefasto sobre el muchacho. Aquí aparece la reflexión sobre la desmesura del poder, la corrupción moral que invade las esferas en las cuales se ejerce, y los discursos con falsa apariencia de justicia que se cacarean una y otra vez. Al lado de esta desmesura está siempre la locura. No solo la locura de los tiranos, su hybris, sino también la locura del que se resiste a los finísimos hilos del poder: una tensión característica de la historia de resistencias y caudillos del continente americano.

Aunque Patricio Estrella, el dramaturgo, probablemente escribió esta pieza pensando en la realidad ecuatoriana, Teatro Tespys –también de la mano de Estrella– hace una des-adaptación del texto consultando sus propias necesidades expresivas; la realidad colombiana aparece en las referencias a su geografía, en los objetos folclóricos de la escena, en las voces de las víctimas que sobrevienen conmovedoras en ese tránsito entre la realidad del teatro y de la vida. Pero la distancia frente a la dramaturgia no solo subyace en este punto. La construcción de los personajes fue desarrollada bajo una estética de lo grotesco y de la desmesura que ya se había insinuado en anteriores obras del grupo, como Volpone o Fausto, donde incluso rasgos animales son asumidos en el ejercicio actoral para formar (o deformar) el personaje y darle un carácter alucinado a la ficción.

Una novedad es la existencia de ciertos objetos, más próximos a las estéticas presentes en los trabajos de Patricio Estrella con La Espada de Madera. Hay figuritas pequeñas, como juguetes, con las que Claudio entra en situación para contar un mundo que aún no había sido tocado por el siniestro proyecto trazado por los demás personajes, aunque ese mundo no tardará en sucumbir ante sus intrigas. Otros objetos en tamaño natural (cajas, un carrito de mercado, escaleras), no solo le dan el aspecto de gallinero al escenario sino que por su tosquedad contrastan con las figuritas de Claudio: son los instrumentos de la carrera demencial del poder. Al final queda grabado el rostro de desesperación, el grito, del muchacho. Se apaga la luz. 



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