Por
Andrés Álvarez Arboleda
El primero de
los ritmos, que apareció cuando el escenario todavía estaba oscuro, fue el de
un goteo: desde el inicio la atmósfera estaba servida por los objetos de la
escena (la mayoría de los cuales permanecería allí durante toda la función) y
por la presencia frenética de los personajes que se perfilaban con más fuerza a
medida que el ritmo de la obra aumentaba. Así, con la obra Lunático, Teatro
Tespys de El Carmen de Viboral abrió el VIII Encuentro de Teatro Gato, en un
espacio que exigía especialmente a actores y espectadores por la contaminación
de la luz y de los sonidos exteriores de los que no se aislaba completamente el
recinto, y que –sin embargo– fue bien sorteado por la tensión que mantuvo el
grupo en la ejecución dramática.
En Lunático,
Claudio –un niño campesino que perdió a su chivo Platón mientras miraba la
luna– se encuentra a un grupo de locos que han decidido vivir de espaldas a la
cordura cotidiana. Estos, para emprender la búsqueda del chivo (expiatorio),
fundan en las palabras una república que irá degenerando en una tiranía
demencial; esta finalmente tenderá un cerco nefasto sobre el muchacho. Aquí
aparece la reflexión sobre la desmesura del poder, la corrupción moral que
invade las esferas en las cuales se ejerce, y los discursos con falsa
apariencia de justicia que se cacarean una y otra vez. Al lado de esta
desmesura está siempre la locura. No solo la locura de los tiranos, su hybris,
sino también la locura del que se resiste a los finísimos hilos del poder: una
tensión característica de la historia de resistencias y caudillos del
continente americano.
Aunque Patricio
Estrella, el dramaturgo, probablemente escribió esta pieza pensando en la
realidad ecuatoriana, Teatro Tespys –también de la mano de Estrella– hace una
des-adaptación del texto consultando sus propias necesidades expresivas; la
realidad colombiana aparece en las referencias a su geografía, en los objetos
folclóricos de la escena, en las voces de las víctimas que sobrevienen
conmovedoras en ese tránsito entre la realidad del teatro y de la vida. Pero la
distancia frente a la dramaturgia no solo subyace en este punto. La
construcción de los personajes fue desarrollada bajo una estética de lo
grotesco y de la desmesura que ya se había insinuado en anteriores obras del
grupo, como Volpone o Fausto, donde incluso rasgos animales son asumidos en el
ejercicio actoral para formar (o deformar) el personaje y darle un carácter
alucinado a la ficción.
Una novedad es
la existencia de ciertos objetos, más próximos a las estéticas presentes en los
trabajos de Patricio Estrella con La Espada de Madera. Hay figuritas pequeñas,
como juguetes, con las que Claudio entra en situación para contar un mundo que
aún no había sido tocado por el siniestro proyecto trazado por los demás
personajes, aunque ese mundo no tardará en sucumbir ante sus intrigas. Otros
objetos en tamaño natural (cajas, un carrito de mercado, escaleras), no solo le
dan el aspecto de gallinero al escenario sino que por su tosquedad contrastan
con las figuritas de Claudio: son los instrumentos de la carrera demencial del
poder. Al final queda grabado el rostro de desesperación, el grito, del
muchacho. Se apaga la luz.
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