Por
Andrés Álvarez Arboleda
La
calle a veces se erige el escenario natural del teatro, más que las salas,
porque a la intemperie se encuentra más cercano a su objeto: la vida misma,
caótica e imprevisible. Allí el público es distinto. En términos generales, el
espectador no se ha preparado para la función, llega arrebatado por el
acontecimiento que –de repente– cambia el uso y la disposición del espacio
público, y sitúa a los transeúntes y a los objetos en el plano de la
imaginación. Pero aquí también radica la dificultad de hacer teatro en la
calle: el ambiente no está creado para la obra, sino que la obra aparece, surge
como ruptura, en el ambiente.
En
el VIII Encuentro de Teatro GATO, Teatro Clepsidra irrumpió en la calle –y su
azar– con la obra La trompeta mágica, valiéndose
del más universal de los recursos comunicativos: el gesto.
Cuatro
personajes se encuentran una trompeta y comienzan a batirse en distintos
duelos, algunos marcados por rounds,
para determinar quién se queda con el preciado objeto; de resto ocurren pocas
cosas más, casi nada. Pero de estas tramas simples se ha valido justamente el
teatro gestual, que se ha desarrollando desde la década de los noventa, para
darle toda la fuerza a los recursos no verbales de expresión. Más que una
historia, hay un tema que inspira la cadena de sucesos, y en este caso, ese
catalizador es el objeto de la trompeta.
Teatro
Clepsidra en su proceso de creación siguió esta línea estética, y la obra no
partió de una dramaturgia exhaustiva, en la que se cuenta una historia
minuciosamente, sino de una serie de ejercicios que funcionó como espora, como
principio creador: los dinamo-ritmos, que como elemento técnico del actor
–según Maryury Hernández Hurtado en el texto Hacia una semiótica del Teatro Gestual– llevan una situación
cotidiana a un horizonte de múltiples sentidos.
Sin
embargo, la improvisación es un carácter que nunca se pierde en una obra de
calle, precisamente porque esta –la calle– acecha y nutre a la obra con su
realidad. Los actores de Teatro Clepsidra saben mantener sus personajes en la
interacción con el público, cuya reacción siempre es imprevisible, y hasta
involucran a los perros (los más fieles asistentes al teatro callejero) en su
ficción.
Por
supuesto, no hay diálogos. La trompeta
mágica apela al imaginario popular, a referentes universales situados en la
corporalidad para comunicar al espectador la intención escénica, y su humor
simple, desenfadado, mantiene al público cohesionado alrededor de la escena.
Solo es necesaria el chasquido, el silbido, el aplauso (bajo el influjo del
dinamo-ritmo) para desarrollar una comunicación sólida con quien llega desde el
principio para apreciar la función y con quien solo va de paso (a este último
se le dona un guiño y le queda una sonrisa). Así, la intemperie no estorba a la
obra, sino que la nutre con su contingencia; también el gesto irrumpe, pero no
riñe con el bullicio –ni la vida– de las plazas.
Obra:
La trompeta mágica
Grupo:
Teatro Clepsidra
Municipio:
El
Carmen de Viboral
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